Bienvenidos!

Bienvenidos todos. Mi nombre es Viviana Quispé, soy boliviana y mi familia se dejo la vida en conseguir darme la educación que tanto quise, por lo que, con muchos esfuerzo de toda mi familia, consiguieron sacarme unos billestes de avión y pagarme la matricula en la universidad. Pero ahora he de ingeniarmelas en mi nueva ciudad, Madrid, con mi nueva vida, la gente que conoceré, etc... Aqui comienza mi vida, pero os pongo en antecendentes sobre mi infancia y vida en Bolivia.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Hasta Pronto!!



  “Hasta otra” es un saludo que aprendí de mi amiga Clara, no sé si en Bolivia existiera, yo, de hecho, jamás lo había oído. Y lo aprovecho para despedirme de vosotros porque hasta nuevo aviso este blog no volverá a actualizarse. Os debo confesar que para mí era un esfuerzo grande hacerlo, más teniendo en cuenta que no tengo ni computador ni Internet. Además el ritmo en la uni cada vez aprieta más y mi suspenso en Bioquímica y Fisiología me han bajado un poco la moral. Sólo me queda deciros las gracias, gracias a los que me habéis seguido, a los que habéis comentado mis entradas y a los que no. Os quiero, amigos.

  Aproveché que tomé esta decisión para darle un repaso a las entradillas que fui colgando y miró satisfecha cómo en unos meses pasé de ser una recién llegada para pasar a ser una persona integrada, con trabajo, con amigos, no sé qué más le puedo pedir a la vida. Le estoy muy agradecida a Dios. Y estoy, sobretodo, agradecida con ustedes, los que me acogieron: a Begoña, a Clara, a Silvana... a los que me ignoraron como si no existiera, a los que me ofendieron, y a ÉL. Gracias a Eduardo y a Clara me concienticé de que no debo sentirme inferior ante él, de que debo luchar porque no me discriminen, y debo mostrar, a los que no lo creen, que soy igual que los demás.

  ÉL tiene nombre, le gusta que le llamen Guille :) Coincidí un día con él en la cola del comedor y aproveché la situación para conversar con él. Le confesé sin tapujos que yo era la que limpiaba su portal y no detecté ninguna señal de reprobación en él. Qué estúpida que fui al considerarme menos. Jaja, ¿cómo no iba a aprovechar la enorme ventaja de saber dónde vivía? Malicia indígena, dicen en mi país. Ese día comimos juntos y dijo que me agregaría al Tuenti... Espero volver a verlo pronto, porque hasta ese momento supe qué era el dichoso Tuenti, jajaja.

  Bueno, este post se me acaba, querido Blogspot. En estas fechas que se acercan de solidaridad y fraternidad, quisiera que os acordarais no de personas como yo, que tienen la suerte de contar con un trabajo y una formación, sino de personas con menos suerte, como los muchos inmigrantes que tienen que dormir en la calle, o los que se agolpan frente a furgonetas para ser explotados laboralmente. Cuando os comáis el pavo este 24 de diciembre, recordad que hay muchos sin nada qué cenar esa misma noche no muy lejos de vuestras casas, y si os acordáis de ellos, por favor, haced algo. Como dijo Thomas Carlyle: La verdadera pobreza consiste en saber valerosamente sufrir por los demás, y en no permitir que los demás sufran por nosotros.

            Hasta Otra

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Él (3º parte)




  Me he aficionado a un hobby universitario propio de los días menos fríos: El césped. Consiste en sentarte con un grupo de amigos a hablar sobre política, las trivialidades de la vida, o de lo que sea, en compañía de un tercio de cerveza (he aprendido qué es un tercio). Hoy fue uno de esos días no muy fríos, uno de esos días propicios para una reunión en el césped. En compañía de Clara, Isaac, Marta y Joaquín, nos sentamos una vez más para hablar sobre política. Lo confieso, me está empezando a cansar el tema, pero bueno, me entretienen los debates en los que se enzarzan entusiasmados los integrantes del grupo de aspirantes a activistas políticos... Que si Evo, que si los indígenas, que si los yankis, que si los cocaleros... Bluff... Esta tarde, mientras debatían, me quedé mirando al horizonte, al pasillo de piedra contiguo al frondoso roble bajo el que nos cobijamos, empecé a criticar secretamente la manera de vestir de cada transeúnte. Entonces pasó un chico de pelo rizado, de un color cercano al rojizo, un chico que tiene unos preciosos ojos marrones. Llevaba una chaqueta de cuero, el cabello alborotado, y un bolso terciado que se apoyaba en su hombro derecho. ¡ERA ÉL! Mis músculos se paralizaron, sufría un caso de catatonia, ¡doctor, ayúdeme! Mi parálisis se prolongó en el tiempo, el tiempo justo para que ese desgraciado se largara sin darse cuenta de que allí estaba la chica de la limpieza, contemplando su cuerpo bien proporcionado y su sonrisa greco-romana... El tiempo justo para quedarme paralizada observando como sus piernas seguían haciéndolo avanzar bien lejos de mí, lejos de mis fantasías y pretensiones.

-        Tía, Él acaba de pasar –le solté a Clara.
-        ¿Quién es él? –contestó a modo de nueva pregunta.
-        Un gilipollas ciego sentimentalmente. Jo, tía, ¿qué hago?

Silvana y el sexo


  Tengo una teoría sobre Silvana, la cual ha sido analizada también por mi nueva amiga Clara, su medio-novio Isaac, el de la camiseta del Ché, y cómo no, por mi vieja amiga Begoña. Creo que a Silvana le falta un hervor. No, no voy a ser grosera con la amiga que me da el trabajo, me refiero a que Silvana le faltó haber vivido en plenitud su época de adolescente: la muerte de su madre, un noviazgo prematuro y un hijo venido a malas horas, la hicieron madurar antes de lo debido, y ahora que vislumbra en su vida algo de estabilidad, ahora que ella dice “que su hijo está criado”, ahora que se siente una mujer independiente, ahora es cuando Silvana intenta reproducir con más pena que gloria lo que tuvo que haber sido su época de adolescente inconsciente (bonita rima). Es que hay algo que critico en ella, y es su manera de tratar a los hombres, sus constantes cambios de pareja... Y diréis, ¿pero no era tímida?, ¿no era Silvana esa chica que baja la cabeza avergonzada cuando se acerca cualquiera de sus jefes? Sí, lo es, pero es una chica muy atractiva también, a la que los hombres acuden sin ella pedirlo, y ella, que tan buen corazón tiene, no rechaza a casi ninguno.



   Gladys, la regenta de la guardería ilegal donde cada vez pasa más horas Alexis, el retoño de Silvana, dice que el niño está cambiando, que se muestra cada vez más agresivo y solitario. Gladys no tiene idea de pedagogía, pero intuye que a ese niño le pasa algo. Silvana se muestra preocupada, pero pasa por alto que su comportamiento inestable es el que hace sufrir a su hijo, que al niño le afecta ver cada mañana a un señor distinto desayunando en su apartamento y que le gustaría que en su vida hubiera algo de estabilidad. Hoy hablé seriamente con Silvana, le hablé sobre su hijo, le pregunté si no se había dado cuenta que era su manera de actuar la que estaba cambiando el comportamiento del niño, como en un efecto dominó... pero no entendió mi reclamo, se declaró una mujer libre de hacer con su cuerpo lo que quisiera, y criticó que me metiera en su vida. Yo, que no quiero perder mi puesto de trabajo, me doblegué ante su declaración de intenciones y me tragué mis sugerencias. Pero ya pasadas unas horas después de la discusión, me hierve cada vez más la sangre, me parece una injusticia lo que esa mujer está haciendo con su hijo y lo reiteró: a Silvana le falta un hervor. ¡Blogspot: ¿Qué debo hacer?!

Él ( 2º parte)


  Salí de clase cerca de las cuatro de la tarde, había sido un día tremendamente ajetreado, y encima tenía que ir a limpiar ese portal donde vivía “ÉL”. Ese dato lo había olvidado por completo, con lo cual, iba de mala gana toda la mañana por la Universidad, compadeciéndome de lo dura que era la jornada que tenía por delante. Pero, después de comer, miré mi agenda, me fijé en en la dirección del portal al que tenía que ir, y recordé que allí era donde vivía “ÉL”. Calculaba que seguramente lo vería, porque hacía exactamente una semana, él bajó las escaleras a la hora en la que yo limpiaba el portal. Cinco de la tarde, iba con media hora de retraso, de modo que, o me daba prisa, o me iba a perder el momento en el que “ÉL” saliera del edificio: “Corre, Vivi, corre”. Hice todo tan rápido como pude, pasé la fregona a una velocidad endiablada, limpié los cristales, y todo para que en quince minutos estuviera limpiando ya el rellano. Finalmente conseguí cumplirle al reloj, y en el plazo planeado estaba en la entrada del portal, a punto de empezar a fregar. Lo lógico hubiera sido fregar seguidamente la entrada, justo a continuación de haber terminado con la escalera y los cristales del portón, pero me senté en una grada de las escaleras y me paré a esperar a que alguien viniera... Era algo estúpido y completamente irracional para una limpiadora, ya que debería estar aprovechando esa quietud del momento para fregar sin riesgo a que nadie pisara el suelo húmedo, pero yo buscaba lo contrario, quería que me pisaran lo fregado, y no solo eso, que fuera “ÉL”quien pusiera su huella sobre el piso mojado. Pasé quince largos minutos sentada como una estúpida esperando a que ese señorito de ojos marrones y pelo rizado saliera de su casa, pero no le dio la gana. A la vista de los hechos, y considerando que me esperaba un apartamento por limpiar en la otra punta de la ciudad, fregué lo que quedaba de edificio, guardé las cosas intentando estirar los minutos para darle una última oportunidad de aparecer, pero no, no salió de su casa, ni entró en ella. Cabrón, no lo vuelvo a hacer. Pasé todo el día ilusionada contigo y no tuviste la más mínima consideración de salir de tu casa, aunque fuera a comprar el periódico. Cabrón, no lo vuelvo a hacer. Ah, qué más da, si total, no se habrá fijado en mí, si lo hubiera hecho, se hubiera acordado de mí y habría salido, pero no lo hizo... ¿Debería olvidarme de “ÉL”?

lunes, 13 de diciembre de 2010

El Ché


  He empezado a relacionarme un poco con la gente de mi universidad. Me había costado mucho entrar en esos grupos de amigos y confidentes que a mi parecer eran cerrados y herméticos, en esos grupos endógamos de gentes que daban la espalda a alguien que intentaba empatizar con ellos mediante una sonrisa o una mirada cómplice. Pero aquí me tenéis, cantando victoria una vez más. Hoy, con lo que me pagó Silvana, pude darme el lujo de comer en la cafetería, lo cual es más bien una faena si te toca hacerlo sola, pero quería comer algo distinto, ya que mi repertorio culinario estaba agotado para Begoña y para mí. Me senté en la esquina de una mesa cercana a una fila de gente, a la vista de todos, por si a alguien le interesaba hacerme compañía, y lo conseguí... No fue mérito de mi sonrisa, ni de la espuma de pelo que probaba hoy por primera vez, tampoco de la sombra de ojos que Silvana me había regalado el viernes pasado. Fue una causa de fuerza de mayor, culpa de la física y del poco espacio disponible en la cafetería, la que hizo que aquella chica de ropas raídas y cresta multicolor se sentara a mi lado con su grupo de amigos y amigas. Ella se llama Clara, estudia Psicología y tiene unos enormes y brillantes ojos verdes, mientras comía se interesó por mí y le empecé a contar fragmentos de esta historia que ya conocéis vosotros, queridos lectores. “¿Tu padre es del MAS?, ¿qué opinas de Evo Morales?, ¿Cómo ha cambiado tu país estos años?”... Más que interesarle las penurias que yo había pasado por su país, Clara se vio atraída por la historia política que inevitablemente circunvalaba al rededor de mi historia de vida, lo cual, al contrario de indignarme, me alegró, me sentí complacida con su interés y la recompensé divagando largo y tendido sobre el Socialismo del S.XXI, los movimientos bolivarianos, y el futuro de Latinoamérica... Desde que estaba en España nunca había hablado tanto ni con tanta pasión, fue una media hora de perorata bien atendida por Clara y sus amigos, en especial por un chico de ojos rojos que al final del discurso se despojaba de su jersey y dejaba a la luz una camiseta con la clásica silueta del rostro del Ché. Lo curioso de todo esto es que reniego y he renegado mucho en contra de Evo y de sus políticas, sobre todo tenía costumbre de enfrascarme en trifulcas políticas con mi padre, enfrentamientos verbales que terminaban sin acuerdo. Pero ahora, en España, me cambiaba de chaqueta por conseguir la simpatía de un grupo de personas que podrían llegar a ser mis amigos. De modo que te pregunto a ti, querido lector o querida lectora, ¿harías tú lo mismo por conseguir una amistad que te hiciera sentir menos sola en los enormes campus universitarios? ¿Cambiarías tus principios con el fin de caerle bien a alguien?

Él ( 1º parte)

   

  Ayer fue mi primer día como limpiadora. Como no conocía los secretos para conseguir que los baldosines de un portal brillen con luz propia, recurrí a mi amiga para que me enseñara conceptos interesantes como qué fregona debo usar, cuál es el limpiador de suelos más adecuado, y en qué proporción debo mezclarlo con agua, también me aleccionó en ideas como la humedad ideal de la fregona, trucos para limpiar los cristales y cómo interactuar en el caso de encontrarme con algún vecino del edificio. Fue una jornada agotadora recorriendo la ciudad de punta a punta: ahora un chalet, ahora un piso, ahora un portal... y una media de dos horas de trabajo por lugar. No está bien decir cuánto gané en mi primer día de trabajo, Silvana, profesional ante todo, me dijo que tal cosa no era ética, de modo que reservaré ese dato para mí y mis padres.

  Las lecciones de Silvana fueron valiosas en la mayoría de los casos, aunque hubo otras áreas en las que hacerle caso a mi sentido común fue más acertado. Fue el caso del trato con los vecinos, aunque no lo hubiera mencionado antes, mi amiga Silvana sufre una severa timidez que la obliga a mirar hacia abajo siempre que oye acercarse los pasos de un vecino, o escucha cómo alguien introduce una llave en su apartamento. Silvana me recomendó esa especie de cortesía medieval: “Si te das cuenta de que alguien viene, sigue con tu trabajo, baja la cabeza, y sólo saluda en el caso de que la otra persona lo haga primero”. Al principio acaté su recomendación, pero limpiando mi segundo portal del día, oí a alguien bajar alegremente las húmedas escaleras que acababa de fregar, apreté con rabia el palo de la fregona con mis manos (me estarían tirando por tierra media hora de trabajo), subí la cabeza y justo llegando al rellano encontré el rostro luminoso de un joven atlético de ojos marrón y pelo rizado. Iba a pedirle que la próxima vez tomara el ascensor para que no pisara las escaleras recién fregadas y no corriera el riesgo de caerse, que le hiciera caso a los avisos amarillos que había puesto en cada planta, pero me paralicé ante su sonrisa torcida y sus ojos llenos de vida, y sólo pude decirle: “Hola”, como una boba. “Hola”, respondió él, pisó sin pudor la parte ya fregada del suelo sobre el que nos apoyábamos ambos y salió disparado del portal, aprovechando que la puerta estaba abierta. Duré en esa citada parálisis durante un gustoso minuto en el que el eco de su voz retumbaba en mi mente de adolescente entrada en años, y a partir de ese momento cada vez que oía llegar a alguien, alzaba la cabeza sin pudor y saludaba, luciendo esa sonrisa que mi madre me había enseñado a mostrar.  Fueron pasando los minutos, los cuales se me hicieron más llevaderos gracias a la musicalidad de la voz de aquel muchacho encerrada en mi cabeza como la melodía de una caja musical, hacía tiempo que no me gustaba tanto una persona. También retumbaba en mi mente la cautelosa sugerencia de Silvana, la cual me hacía sentir inferior ante los demás, ¿estaría haciendo mal?, ¿puede la chica de la limpieza enamorarse de un muchachito de clase alta sin sentirse culpable, ni menos que los demás?

Historia de un Gueto (3º parte)


  

  En entradas anteriores, les conté cómo realicé una suerte de análisis sociológico que ahondaba en el origen de los milenarios guetos. Para despedir el tema, quiero recordar que el gueto no es un fenómeno nuevo, ya fueran los chinos de San Francisco a finales del S.XIX, los italianos de Nueva York y Nueva Jersey a comienzos de la pasada centuria, o los marroquíes de El Ejido almeriense a finales del siglo pasado, cada comunidad migrante ha tenido la tendencia a aglutinarse en un espacio físico con el fin de protegerse los unos a los otros y ser el nicho de nuevas historias de migrantes que tarde o temprano se terminarían adaptando a la sociedad de acogida, o por el contrario, terminarían apartándose definitivamente de ella, encerrándose en un circuito cerrado en el que nacerán más generaciones de hijos de migrantes cuya integración en la sociedad será aún más ardua al no considerarse iguales a los demás ciudadanos.

  Mi historia como trabajadora en España comenzará, cómo no, en un gueto. Al arrimo de mi amiga Silvana, mañana empezaré a ayudarle en su faena y recibiré parte de su paga. Silvana me ha prometido que me ayudará a encontrar nuevos sitios de trabajo donde pasar mi maloliente fregona, jejeje. Suena bien, ya tengo un trabajo, el precio fue renunciar a la vía legal para conseguir un trabajo y entrar en el círculo del empleo sumergido que tan bien os describía antes. Lo sé, no me vayan a apedrear, tuve que recurrir a la ilegalidad, pero, ¿quién está en el derecho a decirme que si no tengo una maldita tarjeta de residencia debo renunciar a algo tan natural e instintivo como buscarme la vida?