Bienvenidos!

Bienvenidos todos. Mi nombre es Viviana Quispé, soy boliviana y mi familia se dejo la vida en conseguir darme la educación que tanto quise, por lo que, con muchos esfuerzo de toda mi familia, consiguieron sacarme unos billestes de avión y pagarme la matricula en la universidad. Pero ahora he de ingeniarmelas en mi nueva ciudad, Madrid, con mi nueva vida, la gente que conoceré, etc... Aqui comienza mi vida, pero os pongo en antecendentes sobre mi infancia y vida en Bolivia.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Él ( 1º parte)

   

  Ayer fue mi primer día como limpiadora. Como no conocía los secretos para conseguir que los baldosines de un portal brillen con luz propia, recurrí a mi amiga para que me enseñara conceptos interesantes como qué fregona debo usar, cuál es el limpiador de suelos más adecuado, y en qué proporción debo mezclarlo con agua, también me aleccionó en ideas como la humedad ideal de la fregona, trucos para limpiar los cristales y cómo interactuar en el caso de encontrarme con algún vecino del edificio. Fue una jornada agotadora recorriendo la ciudad de punta a punta: ahora un chalet, ahora un piso, ahora un portal... y una media de dos horas de trabajo por lugar. No está bien decir cuánto gané en mi primer día de trabajo, Silvana, profesional ante todo, me dijo que tal cosa no era ética, de modo que reservaré ese dato para mí y mis padres.

  Las lecciones de Silvana fueron valiosas en la mayoría de los casos, aunque hubo otras áreas en las que hacerle caso a mi sentido común fue más acertado. Fue el caso del trato con los vecinos, aunque no lo hubiera mencionado antes, mi amiga Silvana sufre una severa timidez que la obliga a mirar hacia abajo siempre que oye acercarse los pasos de un vecino, o escucha cómo alguien introduce una llave en su apartamento. Silvana me recomendó esa especie de cortesía medieval: “Si te das cuenta de que alguien viene, sigue con tu trabajo, baja la cabeza, y sólo saluda en el caso de que la otra persona lo haga primero”. Al principio acaté su recomendación, pero limpiando mi segundo portal del día, oí a alguien bajar alegremente las húmedas escaleras que acababa de fregar, apreté con rabia el palo de la fregona con mis manos (me estarían tirando por tierra media hora de trabajo), subí la cabeza y justo llegando al rellano encontré el rostro luminoso de un joven atlético de ojos marrón y pelo rizado. Iba a pedirle que la próxima vez tomara el ascensor para que no pisara las escaleras recién fregadas y no corriera el riesgo de caerse, que le hiciera caso a los avisos amarillos que había puesto en cada planta, pero me paralicé ante su sonrisa torcida y sus ojos llenos de vida, y sólo pude decirle: “Hola”, como una boba. “Hola”, respondió él, pisó sin pudor la parte ya fregada del suelo sobre el que nos apoyábamos ambos y salió disparado del portal, aprovechando que la puerta estaba abierta. Duré en esa citada parálisis durante un gustoso minuto en el que el eco de su voz retumbaba en mi mente de adolescente entrada en años, y a partir de ese momento cada vez que oía llegar a alguien, alzaba la cabeza sin pudor y saludaba, luciendo esa sonrisa que mi madre me había enseñado a mostrar.  Fueron pasando los minutos, los cuales se me hicieron más llevaderos gracias a la musicalidad de la voz de aquel muchacho encerrada en mi cabeza como la melodía de una caja musical, hacía tiempo que no me gustaba tanto una persona. También retumbaba en mi mente la cautelosa sugerencia de Silvana, la cual me hacía sentir inferior ante los demás, ¿estaría haciendo mal?, ¿puede la chica de la limpieza enamorarse de un muchachito de clase alta sin sentirse culpable, ni menos que los demás?

2 comentarios:

  1. En mi opinión no estás haciendo mal en absoluto, reaccionaste según lo sentiste, y por supuesto que la chica de la limpieza (aunque no me gusta como te calificas) puede enarmorarse de ese muchachito de clase alta sin sentirse culpable, yo te pregunto ahora, ¿por qué deberias sentirte culpable o menos que los demás?

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  2. Pues la verdad, no sabría que contestarte, pero creo qu eno me valoro lo suficiente, quiza, porque acá todos son altos y guapos y mis rasgos no son precisamente llamatimos y quizá me infravalore, además influye que hay miradas de la gente de acá hacia a mi que hacen que me sienta más inferior aún de lo que ya me siento.

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