Bienvenidos!

Bienvenidos todos. Mi nombre es Viviana Quispé, soy boliviana y mi familia se dejo la vida en conseguir darme la educación que tanto quise, por lo que, con muchos esfuerzo de toda mi familia, consiguieron sacarme unos billestes de avión y pagarme la matricula en la universidad. Pero ahora he de ingeniarmelas en mi nueva ciudad, Madrid, con mi nueva vida, la gente que conoceré, etc... Aqui comienza mi vida, pero os pongo en antecendentes sobre mi infancia y vida en Bolivia.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Él (3º parte)




  Me he aficionado a un hobby universitario propio de los días menos fríos: El césped. Consiste en sentarte con un grupo de amigos a hablar sobre política, las trivialidades de la vida, o de lo que sea, en compañía de un tercio de cerveza (he aprendido qué es un tercio). Hoy fue uno de esos días no muy fríos, uno de esos días propicios para una reunión en el césped. En compañía de Clara, Isaac, Marta y Joaquín, nos sentamos una vez más para hablar sobre política. Lo confieso, me está empezando a cansar el tema, pero bueno, me entretienen los debates en los que se enzarzan entusiasmados los integrantes del grupo de aspirantes a activistas políticos... Que si Evo, que si los indígenas, que si los yankis, que si los cocaleros... Bluff... Esta tarde, mientras debatían, me quedé mirando al horizonte, al pasillo de piedra contiguo al frondoso roble bajo el que nos cobijamos, empecé a criticar secretamente la manera de vestir de cada transeúnte. Entonces pasó un chico de pelo rizado, de un color cercano al rojizo, un chico que tiene unos preciosos ojos marrones. Llevaba una chaqueta de cuero, el cabello alborotado, y un bolso terciado que se apoyaba en su hombro derecho. ¡ERA ÉL! Mis músculos se paralizaron, sufría un caso de catatonia, ¡doctor, ayúdeme! Mi parálisis se prolongó en el tiempo, el tiempo justo para que ese desgraciado se largara sin darse cuenta de que allí estaba la chica de la limpieza, contemplando su cuerpo bien proporcionado y su sonrisa greco-romana... El tiempo justo para quedarme paralizada observando como sus piernas seguían haciéndolo avanzar bien lejos de mí, lejos de mis fantasías y pretensiones.

-        Tía, Él acaba de pasar –le solté a Clara.
-        ¿Quién es él? –contestó a modo de nueva pregunta.
-        Un gilipollas ciego sentimentalmente. Jo, tía, ¿qué hago?

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